También denominada como la “Revolución verde”, la Bioarquitectura comienza a cobrar impulso entre las nuevas generaciones de arquitectos que sostienen como principio que las construcciones no tienen por qué ser la antítesis de lo natural. En este sentido, diseñan y construyen sus obras con el ideal de que no hay nada más perfecto que el propio planeta y, por lo tanto, sugieren a las empresas constructoras intentar imitarlo en todo lo posible.
La Bioarquitectura es una corriente arquitectónica cuyos principios se resumen en la concepción de los recursos naturales como claves para construir y gestionar espacios agradables y sostenibles; implementándolos en un proceso constructivo durante el cual el constructor busca conseguir un equilibrio entre las exigencias de la vida moderna y la necesidad de vivir en armonía con el entorno.
En las últimas décadas, esta nueva tendencia se ha transformado en un boom inmobiliario que se refleja en la planificación urbanística y la diversificación de los materiales constructivos que rompen con la lógica arquitectónica del “todo vale”, cuyos impactos ambientales aún se están corrigiendo.
En este sentido, los adeptos a la bioarquitectura utilizan técnicas muy diversas, que van desde el uso de materiales como la madera o el adobe, hasta el diseño de planos que respeten el ambiente. Es decir, no es lícito talar un árbol para construir un balcón, por lo que dicho balcón deberá adaptarse de una u otra forma a la existencia de ese elemento en las inmediaciones. Además de esto, la bioarquitectura también plantea la importancia del uso de tecnologías que aprovechen la energía solar, eólica o hidráulica.
En definitiva, esta revolución verde de la arquitectura emprende como desafío construir una consciencia ambiental que permita concebir a las ciudades, los edificios y las casas de manera sustentable, generando un movimiento integrador que aglutinará conceptos como respeto, educación, sostenibilidad, confort, vanguardia, estética y desarrollo.
Fuente: CEDU